jueves, 21 de julio de 2016

5. La resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44). primera parte

La muerte y resurrección de Lázaro son, en la trama del Cuarto Evangelio, cono el preludio de la muerte y resurrección del mismo Jesús. Este signo portentoso, es sin duda el más grande de los siete narrados por el evangelista en el cuerpo de su obra.
"Jamás había sido narrado en Israel un milagro más extraordinario; jamás la bondad de Jesús se había mani­festado de una manera nás sensible Es una cumbre en que su figura irradia esplendor divino" (M.J.Lagrange).
Según el evangelio de Juan, este gran milagro provo­có la reacción definitiva del Sanedrín que, reunido en sesión formal, determinó dar muerte a Jesús (11,47-53). Además, la impresión profunda causada en el pueblo por este acto fuera de toda expetación estaba todavía fresca en los sentimientos de todos el día de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (129-12).
Sin embargo un gran problema surge a propósito de la resurrección de Lázaro. Si las cosas fueron como las narra Juan, ¿cómo explicar el absoluto silencio que los Sinópticos mantienen en torno a la resurrección de Láza­ro? La tradición sinóptica, en efecto, ignora ese prodigio y en las grandes discusiones de Jesús con saduceos, escri­bas y fariseos, situadas en los días precedentes a su pasión, no aparece la menor alusión a ese acontecimiento.

El problema es serio y real, pero no insoluble.
Para algunos comentadores radicales el problema se soluciona fácilmente, negando la historicidad de tal resu­rrección. En ese caso, la narración de Juan es ficticia, elaborada por el autor con fines teológicos, a saber, ense­ñar que Jesús  es la fuente de la vida, más aún, que él es la Vida. 

Acerca de hipótesis debemos decir que éste sería un camino fácil, siempre que se trate de solucionar difi­cultades reales y graves. Es la negación superficial de todo hecho histórico sorprendente. No comprendo, luego no existió.
Para una posible explicación de la resurrección o de la resuscitación de Lázaro —como alguno prefiere llamar­la— hay que tener en cuenta dos principios.
19 Un dato de la tradición evangélica detallada es que Jesús volvió la vida a la hija de Jairo, narrada por los tres sinópticos (Mt 9,18-26; Mc 5,21-43; Lc 8,40-56); y al hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-16). Ahora bien, Juan en muchos puntos representa una tradición personal e inde­pendiente de la tradición sinóptica, en la que conserva otros hechos y palabras de Jesús, no recogidos por los otros evangelistas. Pues bien, la resurrección de Lázaro bien puede ser uno de esos casos con que Juan completa nuestra tradición evangélica. Así, en la resurrección de Lázaro hay un núcleo histórico de base.
2° Por otro lado, es bien sabido que Juan teologiza profundamente sobre las obras realizadas por Jesús (cf 5,1-47; 6,1-58; 9,1-41). La razón de esto es que para el evangelista "las obras" no son únicamente hechos, sino "signos" que encierran un sentido profundo y que proyec­tan un mensaje. En este descubrir y repensar a la luz del Espíritu las obras de Jesús está el genio y la obra personal del evangelista.
En esta forma, Juan supo explotar el acontecimiento significativo de la resurrección de Lázaro:

Iº Viendo en él el anuncio de la propia muerte y resurrección de Jesús; y de allí su presentación altamente teológica, cuya cumbre está en los v.25-26.

2° Subrayando la conexión que tal prodigio tuvo en la determinación del Sanedrín para dar muerte a Jesús (v.45-53).




jueves, 7 de julio de 2016

EL CIEGO DE NACIMIENTO (Jn. 9,1-41). Tercera parte

28 Y lo insultaron y dijeron: "Tú eres discípulo de ése, pero nosotros somos discípulos de Moisés. 29 Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés, pero de éste no sabemos de dónde es". 30 Respondió el hombre y les dijo: "Pues en esto está lo admirable, que vosotros no sabéis de dónde es y me abrió los ojos. 31 Sabemos que Dios no oye a pecadores, pero si alguno es religioso y hace su voluntad, a éste lo oye. 32 Nunca se oyó que alguien haya abierto los ojos de un hombre nacido ciego. 33 Si éste, no fuera de Dios no podría hacer nada ".

Los fariseos acuden al insulto; rechazan la posibili­dad de llegar a ser discípulos de Jesús y se refugian en Moisés. La frase "De éste no sabemos de dónde es " está preñada de sentido. Las mismas autoridades se declaran 'ciegos' respecto de Jesús. Ceguera culpable, pues Jesús no se ha cansado de manifestar el secreto de su persona (3,31; 8,23). En cambio, el ciego, hombre ignorante, pobre y sencillo, que ha recibido la vista, va de claridad en clari­dad, penetrando en el misterio de Jesús.
La última intervención del ciego es una argumenta­ción magistral en defensa de su bienhechor, a pesar de no conocerlo todavía, y llega en ella a una intuición más profunda sobre quién es Jesús.
Si había ya confesado que Jesús es un profeta, ahora está persuadido de que es un "hombre de Dios". Además, el énfasis puesto en abrir unos ojos subyugados por las tinieblas desde el momento de nacer, a la vez que subraya lo insólito del portento, es una invitación a ir descubrien­do en él un simbolismo escondido.
El diálogo termina con una terrible injuria llena de vileza de parte de los fariseos, que consideran la enferme­dad del ciego como una maldición divina:
34 Respondieron y le dijeron: "En pecado naciste todo tú, ¿y tú nos enseñas;" Y lo arrojaron fuera.
Consciente o inconscientemente los fariseos, los maestros, los sin pecado, los que ven, los buenos, se cierran para no comprender, para no ver el misterio de Jesús. En cambio, el ciego, el nacido en pecados, el igno­rante, sumido por tanto en las más densas tinieblas espi­rituales y materiales, es librado de sus pecados e iluminado en sus ojos por Jesús, Luz del mundo.
6º Jesús, el Hijo del hombre (v.35-38).
55 Oyó Jesús que lo habían arrojado fuera, y habiéndolo encontrado, le dijo: "¿Tú crees en el Hijo del hombre?" 36 Respondió él y dijo: "¿ Y quién es, Señor, para creer en él?" 77 Dìjole Jesús: Y lo has visto! ¡Y el que habla contigo, ése es!" 38 Y él dijo: "¡Creo, Señor!" Y lo adoró.
Diálogo breve y conciso en que la iluminación espi­ritual para el ciego llega a su cumbre. Oyó Jesús que lo habían arrojado de la sinagoga y lo encuentra. Este hallaz­go no es fortuito, sino consciente y pretendido. Mientras que los judíos rechazan a aquel pobre hombre, Jesús lo busca y lo encuentra (Jn 9,37; Sab 6,16).
Jesús pregunta al que había sido ciego: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Es decir, en el Mesías; pero con ese carácter particular con que lo presenta la profecía de Daniel: un ser misterioso, de origen celestial, que supera la condición humana, pero que debe ser elevado, y así atraer a todos hacia sí. En el evangelio de san Juan, Jesús se presenta con mucha frecuencia con este título trascen­dente (Jn 1,51; 3,13-14; 6,62; 8,28; 12,23.34; 13,31).
El ciego se muestra totalmente abierto para recibir la revelación: "¿Quién, es, Señor, para creer en él?" Y Jesús le responde: "¡Y lo has visto! ¡Y el que habla contigo, ése es!". El «expresivo "lo has visto" con toda su actualidad, revela la realidad espiritual que se ha obrado en aquel hombre. El texto griego utiliza el verbo en tiempo perfecto, subrayan­do la actualidad de la acción: "Lo estás viendo". La ilumi­nación de sus ojos no era sino el símbolo de la iluminación espiritual ele la fe. Ahora sí está viendo con toda claridad y en toda plenitud. 
Pues bien, aquel pobre ciego ignorante cree en Jesús y acepta su misterio sobrenatural. Lentamente los ojos de su espíritu se han ido iluminando. Al principio no veía en Jesús sino a un simple "hombre", pero con nombre teoforico “Yahveb salva"; después pasó a considerarlo como "un profeta"; en un tercer momento pensó en él como en un "hombre venido de parte de Dios"; luego lo confesó como "el Hijo del hombre". Y ahora finalmente lo adora como a su "Señor". Admirable progresión y crecimiento en la fe. En Jesús se realizan todas las esperanzas que Israel encuentra en sus libros sagrados y en sus tradiciones viviente.
"Y lo adoró". Esta expresión, que de suyo no designa sino una prosternación de profundo respeto, incluye tal vez en la mente del evangelista su sentido cabal y completo de adoración divina, ya que el verbo "adorar" sólo aparece en el evangelio para designar la adoración de Dios (Jn 4,20-24; 12,20).
7º Ultima reflexión de Jesús (v.39-41).
79 Y dijo Jesús: "Para un juicio vine yo a este mundo: para que los que no ven, vean; y las que ven, se vuelvan ciegos". 40 Algunos de los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" 41 Les dijo Jesús: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora decís: 'Vemos'. Vuestro pecado permanece".
Esta reflexión completa el significado profundo de la curación del ciego y revela una cierta nostalgia en Jesús. "Los que no ven " son los humildes y sencillos como el ciego; y éstos verán. "Los que ven"son los que creen ver, bastan­dóse a sí mismos. Mientras que el ciego, de su ceguera física pasó a una luz resplandeciente de fe, los enemigos de Jesús recorren la trayectoria opuesta: creen ver y se hunden en la ceguera espiritual más tenebrosa.
Lo oyeron algunos de los fariseos y le dijeron "¿Acaso también nosotros somos ciegos?". Jesús respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado". Si los fariseos aceptaran "no saber" a fin de ser iluminados, no serían culpables. Pero no. Fiados en su ciencia, se cierran a las iluminaciones de Jesús, Luz del mundo. Por eso Jesús concluye: "Pero ahora decís: 'Vemos'; vuestro pecado permanece". ¡Frase terrible que descubre una tremenda dureza de corazón!

ACTUALIZACION

¡Oh Jesús, hermano nuestro, profeta enviado por Dios, Hijo del hombre y Luz del mundo! 
Toca nuestros ojos, úngelos con tu poder sanador y purifícalos con el agua de tu Espíritu.
Haz desaparecer de nuestra mirada las espesas tinieblas que nos envuelven desde nuestro nacimiento, y haz brillar tu luz divina en los ojos de nuestro espíritu, para conocerte a ti y al Padre, en el Espíritu Santo.
Renueva y aumenta en nosotros la iluminación recibida en nuestro bautismo. Creemos en ti y postrados ante ti te rendimos el culto de nuestra suprema adoración. Amén.