jueves, 26 de noviembre de 2015

El ciego de Jericó (Mc. 10,46-52; Mt.20,29-34; Lc.18,35-43.)


            “Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado de sus discípulos
            y de una gran muchedumbre, Bartimeo (el hijo de Timeo), un mendigo
            ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de
Nazaret, se puso a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”
Muchos le increpaban para que se callara. Pero el gritaba mucho más:
“Hijo de David, ten compasión de mí!.

Jesús va con sus discípulos y con una gran muchedumbre. Se tiene la impresión de un cortejo triunfal. De pronto aparece en escena Bartimeo, un mendigo ciego, sentado junto al camino.

Al enterarse por la algarabía de la muchedumbre que era Jesús de Nazaret quien pasaba. Bartimeo comenzó a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Este grito parece anunciar ya las aclamaciones mesiánicas de la multitud, el día de las Palmas, y las controversias con los fariseos acerca del Mesías “hijo o Señor de David” (Mc 11,10; 12,35-37).

A los reclamos para que se callara, Bartimeo gritaba con mayor fuerza. El tenía fe en Jesús y sentía que podía sanarlo.

Jesús se detuvo y dijo: “Llamadle”. Llaman al ciego, diciéndole: “¡Animo, levántate! Te llama. Y él arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús dirigiéndose a él, le dijo: qué quieres que te haga? El ciego le dijo: “Rabbuní, ¡qué vea! Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino. 

Jesús se detiene, manda  llamar al ciego. En medio de aquella apoteosis, Jesús tiene tiempo para Bartimeo, un pobre ciego. Si él ha venido para los enfermos y los pecadores.

Bartimeo avienta su manto y, superando los obstáculos de su ceguera, salta y se llega a Jesús. Este conocía bien conocía la ceguera de aquel hombre, pero quiere escuchar de sus propios labios la necesidad más apremiante y el deseo más urgente de su vida.

            -“¿Qué quieres que te haga?”
            -“Rabbuní que yo vea!
            -“Vete, tu fe te ha salvado”.

“Rabbuní”=”Maestro mío”, es un título más solemne que el simple Rabbí y empleado con frecuencia para dirigirse a Dios (Jn20,16). “¡Que yo vea!. “ Lo que aquel hombre más ambiciona es la luz de sus ojos. Y Jesús le concede al instante la vista.

“Y  le seguía por el camino”. La fe no sólo lo ha salvado-sanado, sino que lo impulsa a seguir a Jesús, convirtiéndolo en su discípulo. ¡Cuántas veces una sanación no es sino un llamamiento para una conversión, un cambio de vida, y un seguimiento en pos de Jesús. La vida le ha cambiado!

Con este milagro-que es un paso de la ceguera a la visión, y de las tinieblas a la luz- colocado después del tercer anuncio de la pasión-resurrección de Jesús, y de la afirmación categórica sobre el servicio de “dar su vida en redención de muchos”, y antes de emprender su subida a Jerusalén, el evangelista quiere enfatizar la necesidad absoluta y apremiante de abrir los ojos y contemplar con mirada de fe cuanto va a acontecer con Jesús en los próximos días; será la culminación de su misión redentora.

El milagro del ciego de Jericó es como un evangelio en miniatura, pues comprende: fe, proclamación, encuentro personal con Jesús, súplica, liberación y seguimiento de Jesús. Es también modelo acabado del anhelo de salvación que bulle en el corazón del hombre sumido en el sufrimiento, en la enfermedad y la pobreza.


ACTUALIZACIÓN

¡Jesús de Nazaret, Hijo de David!
Aquí estoy pobre y ciego,
Sentado a la vera del camino de mi vida.
Nada puedo hacer, mi ceguera absoluta me lo impide.
Detente, Jesús ante mi miseria, que quiero ver.
Compadécete de mí. Dame la luz, Maestro mío.
Gracias Jesús por lo que me has dado.
Quiero seguirte y ser discípulo tuyo.
Yo te alabo y te bendigo.
Amén.