domingo, 28 de diciembre de 2014

1. El endemoniado de la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1,21-28; Lc 4,31-37).


Al regresar del Jordán a Galilea, Jesús llega a Cafar­naúm ("Aldea del consuelo"), a orillas del lago de Tiberías. Entra en la sinagoga el día de shabbat, y toma la palabra para comentar la Escritura. Todos los oyentes se quedan asombrados porque Jesús no se contenta con repetir las enseñanzas que transmitían los rabinos, sino que interpreta las Escrituras con una autoridad que le viene —fácilmente se comprende— del Espíritu de sabi­duría (Is 11,1-2) que ha recibido en su bautismo en el Jordán. Es la inauguración de la misión mesiánica de Jesús.

Es una ¡doctrina nueva, expuesta con autoridad! Habla con tanta persuasión que su fama corre luego por toda la comarca.

         Expulsión del demonio.

23 Había precisamente en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 "¿ Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios". 25 Jesús, entonces, le, conminó diciendo: "Cállate y sal de él". 26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.

En tiempos de Jesús, el mundo popular atribuía numerosas enfermedades congénitas, mentales, corpora­les, vicios y pecados a la influencia nefasta de los demo­nios, llamados "espíritus impuros". Creados por Dios como "espíritus buenos y puros", se habían convertido en impuros o inmundos por su rebelión contra Dios. El relato de Marcos presupone simplemente esa creencia popular.
Esa manera de pensar tenía su explicación, ya que, al menos en su origen, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte son consecuencia del pecado, inducido en el mundo por el diablo (Gn 3; Sab 2,23-24; cf Le 13,16).
En este contexto, si Jesús proclama que "el reinado de Dios ha llegado", es fácilmente comprensible que también ha llegado el momento de liberar a los hombres del poder perverso del demonio.
Marcos no dice cuál era la enfermedad del paciente, sólo subraya el estado de opresión en que se encuentra y el poder soberano que ejerce Jesús sobre los demonios.
El relato contiene los cinco elementos de un exorcis­mo: El encuentro de Jesús con la persona endemoniada, la descripción de los efectos de la posesión, el exorcismo, la expulsión del demonio y la impresión causada en los cincunstantes.

ACTUALIZACION


Jesús Maestro: Queremos escucharte. Háblanos con la autoridad del Espíritu y con que el Padre te ha ungido. Enséñanos tu doctrina siempre nueva. Tú, el Santo de Dios, has venido a liberar al hombre, a restaurarlo y a redimirlo. Echa fuera de nosotros todo lo que no sea tuyo; no nos dejes caer bajo el dominio del mal, y sobre todo líbranos del Maligno. Amén.

domingo, 14 de diciembre de 2014

LOS MILAGROS DE JESÚS

PRÓLOGO

LOS MILAGROS DE JESUS son, sin duda alguna, un tema evangélico de sorprendente actualidad.
1. Con frecuencia se escucha que en la Iglesia católi­ca se están volviendo a dar los "carismas de curaciones", como se experimentaron en la Iglesia de Jerusalén des­pués de Pentecostés, y en las primeras comunidades cris­tianas (Hch 2,43; 4,30; 5,12-16; ICo 12,9; 2Co 12,12). En esa forma surgen por todas partes pequeños grupos de intercesión y se multiplican las reuniones de oración en las que se pide a Cristo resucitado, vivo en la comunidad, que sane a los enfermos de cuerpo y alma.
En estas circunstancias, un estudio exegético y pas­toral de los milagros realizados por Jesús de Nazaret nos puede proporcionar! criterios luminosos, sanos y seguros, para discernir, con la claridad del Evangelio, el porqué y el para qué de esas "acciones de poder", que el Señor está haciendo en el mundo y en la Iglesia de hoy.
2. Hasta hace algunos años, muchos que leían o reflexionaban sobre los milagros de Jesús, lo hacían cons­ciente o inconscientemente a partir de una crítica racio­nalista o solamente desde ciertas ciencias humanas recientes, principalmente las vinculadas con la psicología. De allí se concluía fácilmente a negar la realidad de los milagros; y mientras más sorprendentes parecían, eran calificados de menos reales.
Ante tal situación, se impone una seria investigación científica más amplia, practicada desde otros ángulos, en particular desde las perspectivas religiosas de la misma Biblia. Una reflexión crítica de los Evangelios ha hecho ver que los milagros de Jesús no se pueden juzgar adecua­damente sino a la luz del ambiente religioso en que se produjeron y del objetivo que tuvo el Señor al realizarlos.
3. Por otra parte, los milagros de Jesús no deben ser leídos y juzgados fuera de su contexto, pues sólo se com­prenden en la perspectiva de la proclamación e instaura­ción del Reino de Dios, y de la revelación progresiva que Jesús fue haciendo del misterio de su propia persona, como Mesías e Hijo de Dios (cf Mt 8,27; 14,33).

     Dios se quiso revelar a su Pueblo en el AT mediante "obras y palabras". Pues bien, ese mismo método fue utilizado por Jesús. Su evangelización fue en palabras y en acciones. En esta forma, sus prodigios aparecen estrecha­mente vinculados a su mensaje y son instrumento de revelación, tanto del poder de Dios y de su misericordia, como de la salvación integral ofrecida al hombre, en su espíritu, su alma y en su cuerpo.
4. Ahora bien, el mensaje del Evangelio es y será siempre actual, pues está destinado para todos los tiempos hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Como consecuencia el estudio de los milagros del evangelio es una acción para que abramos hoy los ojos del espíritu y así podamos discernir en la historia presente, como "signos de los tiempos", las intervenciones milagrosas del poder Dios, que sigue llevando adelante su plan de salvación para el mundo.
¡Que Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien, continúe obrando, en el poder del Espíritu y para gloria de su Padre, numerosos "signos y prodigios", a fin de que conozcamos más y más quién es él, y veamos con nuestros propios ojos la realización de su historia de salvación en el mundo y en el hombre de hoy!

martes, 2 de diciembre de 2014

RETIRO DE ORACIÓN Y VIDA (CONT.15)

CONCLUSIÓN

Habiendo recibido el don del Espíritu Santo en el bautismo, no cesa de asistirnos constantemente en diferentes ocasiones de nuestra vida y de conducirnos por los senderos de la vida cristiana y hacernos crecer en santidad. Por parte de Dios , no nos faltan los auxilios para conquistar las cumbres de la santidad, y está en nosotros que los aprovechemos con la gracia de Dios mismo.

La vida divina, las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y las demás virtudes cristianas pueden ir creciendo en nosotros:

1º Mediante la acción constante y soberana del Espíritu Santo, que habita en nosotros.
“El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua brotante de vida eterna” (Jn4,14).

El Espíritu Santo es quien nos hace santos.

2º Mediante la lectura asidua y la oración con la Palabra de Dios, que ilumina,
purifica, sana y comunica vida:
“Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119,105).
“Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado” (Jn 15,3)
“Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6,63).

Hay que leer la Biblia, no sólo con la convicción de que es Palabra de Dios, sino dándonos cuenta de que nos invita constantemente a la conversión=volver a Dios, y nos dirige espiritualmente a la santidad. La Biblia, principalmente el Nuevo Testamento es un libro de dirección espiritual que el Espíritu Santo nos ha dado y lo han puesto en nuestras manos para conducirnos por los caminos de la perfección: “Vosotros, pues, sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial”. (Mt. 5,48).

        3º Mediante la recepción frecuente de la Eucaristía”:
 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera comida. Él permanece en mí y yo en él” (Jn 6,63).

La Eucaristía es el contacto máximo con Jesús. A Jesús se le conoce en las  Escrituras y se le encuentra en la fracción del pan  

          Mediante la búsqueda de la voluntad de Dios y nuestra conformidad con ella,      
               a la manera de Jesús:
               Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra”.
                 Jn. 4,34; cfr.6,38-40). “El que me envió está conmigo; no me ha dejado sólo,
                 porque yo hago siempre las cosas que le agradan”. (Jn.8,29)

            Mediante una vida asidua de “oración personal”, que consiste no solamente
                 en rezo o meditación, sino sobre todo en “la elevación de la mente a Dios” y
                 la unión con él, en un diálogo mutuo de amor.
                 Orar no es rezar.  Orar es conversar con una persona que se sabe presente.
                 Si no se experimenta presente, se sabe que está presente y se le puede
                 dirigir confiadamente la palabra.
                 Rezar: es recitar una serie de oraciones hechas.
              
             Mediante la práctica y el crecimiento de la gracia:
                  Creced en la gracia y en  el conocimiento de Nuestro Señor y Salvador,
                   Jesucristo” (2P3,18);
                 
                   de las virtudes teologales: fe esperanza y caridad,

                    de las virtudes cristianas. 

             7º. Mediante el ejercicio fiel y constante de los carismas que el Espíritu Santo
                    comunica para el bien común: construir el mundo y edificar la Iglesia.

Nuestra correspondencia a la gracia divina y nuestra incesante y humilde colaboración personal son elementos necesarios e indispensables para el progreso en la santidad.